El avión más letal de Estados Unidos atacó con bombas antibúnker las instalaciones subterráneas iraníes. Una demostración de poder tecnológico y político que redefine el equilibrio en Medio Oriente.
El sábado 22 de junio de 2025, el mundo fue testigo de un operativo militar sin precedentes. El presidente Donald Trump anunció que bombarderos furtivos B-2 Spirit ejecutaron una operación quirúrgica sobre las principales instalaciones nucleares de Irán: Fordow, Natanz e Isfahan. La ofensiva fue realizada con éxito, según el mandatario, sin que ninguna de las aeronaves resultara afectada ni detectada. Un ataque silencioso, letal y demoledor, posible solo gracias a las capacidades únicas del bombardero más sofisticado del planeta.
El B-2 Spirit, desarrollado por Northrop Grumman para la Fuerza Aérea de Estados Unidos, es la joya de la corona en tecnología militar furtiva. Diseñado para evadir radares, penetrar defensas aéreas avanzadas y lanzar armamento de precisión desde altitudes extremas, es la única aeronave capaz de transportar la GBU-57/B Massive Ordnance Penetrator, una bomba antibúnker de 13.600 kilogramos. Su combinación de sigilo, autonomía y potencia lo convierten en el arma ideal para atacar instalaciones como Fordow, consideradas virtualmente impenetrables por su ubicación a más de 60 metros bajo una montaña.
Este bombardero ha sido desplegado en múltiples conflictos desde su incorporación en 1997: Kosovo, Afganistán, Irak, Libia… y ahora, Irán. Solo existen 21 unidades en todo el mundo, lo que subraya su carácter estratégico y exclusivo. Cada B-2 cuesta más de 2.000 millones de dólares y requiere mantenimiento en hangares climatizados, con condiciones controladas. Dos pilotos lo tripulan, en una cabina sellada, equipada con los sistemas de navegación más avanzados del mundo, resistentes a interferencias electrónicas y condiciones climáticas extremas.
El ataque del fin de semana tuvo como blanco principal la planta de Fordow, localizada bajo una montaña en Qom, al sur de Teherán. Esta instalación es el símbolo de la resistencia iraní: fue construida con el propósito de ser indestructible, protegida por roca y concreto reforzado. Pero la GBU-57/B fue diseñada precisamente para este tipo de objetivos. Contiene 2.400 kilogramos de explosivos encapsulados en una carcasa de acero especial. Puede perforar 60 metros de tierra o 18 de concreto antes de detonar, con una precisión quirúrgica gracias a su sistema de guía GPS.
Además de Fordow, los B-2 atacaron Natanz, el mayor centro de enriquecimiento de uranio del país, y la planta de Isfahan, responsable de la conversión química del uranio natural. La sincronización del ataque, la precisión en los impactos y la ausencia de pérdidas confirman una operación de élite, ejecutada con el máximo sigilo. Ninguna otra fuerza aérea del mundo, ni siquiera Israel, posee las capacidades tecnológicas para llevar a cabo una misión de esta magnitud con semejante eficacia.
El despliegue del B-2, además de su función militar, tiene un peso político innegable. El mensaje fue claro: Estados Unidos no solo conserva la superioridad aérea, sino que está dispuesto a usarla si lo considera necesario. En un momento en que Irán intensifica su programa nuclear y desafía los límites impuestos por la comunidad internacional, la Casa Blanca decidió responder no con sanciones, sino con fuego. Un fuego preciso, dirigido y devastador.
Trump fue enfático en su mensaje: “Hemos completado nuestro exitoso ataque contra las tres instalaciones nucleares en Irán. Todos los aviones regresan a casa. ¡Ahora es el momento de la paz!”. Una frase que, para muchos analistas, no es sino el preludio de una nueva etapa en el conflicto: una donde la disuasión ya no es diplomática, sino aérea, silenciosa y total.
El mundo se encuentra ahora en una encrucijada. La demostración de fuerza de Washington puede tener efectos opuestos: disuadir a Irán o encender la chispa de una guerra abierta. Lo único cierto es que, mientras el B-2 Spirit siga volando, ningún búnker estará a salvo.
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