Trump confirma devastador ataque a las instalaciones nucleares más protegidas de Irán. Washington se alinea con Israel y desata tensión global sin precedentes.
En un anuncio que remeció la política internacional y la estabilidad en Medio Oriente, el presidente Donald Trump confirmó que Estados Unidos bombardeó las instalaciones nucleares de Fordow, Natanz e Isfahan en territorio iraní. “Se ha lanzado una carga completa de bombas sobre la instalación principal, Fordow. Todos los aviones regresan sanos y salvos a casa”, escribió el mandatario en Truth Social, y cerró con una advertencia cargada de cinismo: “¡Ahora es el momento de la paz!”.
El ataque aéreo, ejecutado por bombarderos furtivos B-2 y con el uso de GBU-57 —bombas antibúnker diseñadas para penetrar hasta instalaciones subterráneas— fue dirigido contra los centros neurálgicos del programa nuclear iraní. Estos complejos, considerados por la comunidad internacional como los pilares de las capacidades nucleares persas, fueron elegidos meticulosamente para infligir el mayor daño posible al entramado atómico iraní.
Fordow, el primer objetivo, se encuentra excavado en una montaña cercana a la ciudad de Qom. Su existencia fue mantenida en secreto hasta 2009 y se convirtió desde entonces en una obsesión para Occidente. Se trata del sitio más protegido del programa nuclear iraní, diseñado para resistir ataques convencionales. En 2023, inspectores del OIEA encontraron rastros de uranio enriquecido al 83,7%, una cifra peligrosamente cercana al 90% necesario para fabricar una bomba nuclear. Solo Estados Unidos, con su arsenal antibúnker, era capaz de destruir Fordow.
El segundo blanco, Natanz, representa el corazón operativo del enriquecimiento de uranio en Irán. Ubicado al sureste de Teherán, es el centro que alberga la mayor parte de las centrifugadoras avanzadas. Aunque algunas instalaciones están bajo tierra, otras permanecen en superficie, lo que la ha hecho vulnerable a sabotajes en el pasado. Desde el ciberataque de Stuxnet en 2010, hasta explosiones en 2020 y 2021, Natanz ha sido un objetivo frecuente. El director del OIEA, Rafael Grossi, reconoció que los últimos ataques “dañaron gravemente, si no destruyeron por completo” las centrifugadoras.
Isfahan, el tercer eslabón, no enriquece uranio, pero cumple una función vital. Allí se encuentra el Centro de Conversión de Uranio, donde el uranio natural se transforma en gas UF6, necesario para alimentar las centrifugadoras de Fordow y Natanz. Sin este gas, el proceso nuclear colapsa. Cuatro edificios del complejo, incluida la planta de conversión, fueron alcanzados, paralizando temporalmente esta etapa química esencial del ciclo nuclear.
Este ataque, lejos de ser un acto aislado, representa un giro total en la política exterior de Trump. Durante meses, el presidente estadounidense intentó frenar a Israel, evitando una escalada con Teherán. Pero ahora, con un movimiento unilateral y sin aprobación del Congreso, se alinea con el esfuerzo israelí por desmantelar el programa nuclear iraní. La presión del gobierno de Benjamin Netanyahu, según fuentes diplomáticas, fue clave para que Washington finalmente cruzara la línea.
Las consecuencias no se hicieron esperar. Irán ha prometido represalias “desproporcionadas” y los rebeldes hutíes en Yemen ya han advertido que retomarán los ataques contra barcos estadounidenses en el Mar Rojo. El riesgo de una guerra regional crece. Mientras tanto, Trump enfrenta críticas desde su propio partido, acusado de traicionar su promesa de evitar guerras eternas en el Medio Oriente.
La operación fue diseñada para ser quirúrgica, pero el mensaje es claro: Estados Unidos no permitirá que Irán avance hacia la bomba nuclear. Sin embargo, con esta acción, el equilibrio regional pende de un hilo. El mundo observa con atención, mientras una chispa más podría desencadenar un incendio que nadie podrá contener.
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