En un país donde la palabra «democracia» parece haber sido arrancada de los diccionarios, la reelección de Nicolás Maduro se ha convertido en una tragicomedia que, lejos de provocar risas, arranca lágrimas de desesperanza. Como si el fraude en las elecciones presidenciales no fuera suficiente, el régimen ha desatado una ola de represión que recuerda a las peores épocas de las dictaduras más cruentas de América Latina.

La ONG Foro Penal ha revelado una cifra que estremece: 1.503 arrestos “verificados e identificados” desde el 29 de julio, justo al día siguiente de esa farsa electoral que tuvo la desvergüenza de proclamarse legítima. Entre los detenidos, la infamia no discrimina: 129 adolescentes, 14 indígenas, 18 personas con discapacidad y 200 mujeres han sido víctimas de esta brutal cacería que, por supuesto, cuenta con el beneplácito de un sistema judicial que se ha transformado en el brazo armado del poder ejecutivo.
El Distrito Capital encabeza este macabro ranking con 315 detenciones, seguido de Carabobo con 196, y Anzoátegui con 113 arrestos. Pero la represión, por supuesto, no se limita a unas pocas regiones; es una enfermedad que ha infectado al país entero. Aragua, Miranda, Lara, Barinas, Nueva Esparta y Zulia también sufren la violencia institucional que se ha desatado bajo la excusa de mantener el «orden».
Mientras tanto, Maduro, que parece haber perfeccionado el arte del cinismo, no solo confirma la detención de más de 2.000 personas, sino que acusa a Edmundo González, su principal oponente, de estar preparando su fuga del país. Para Maduro, González es poco menos que un «criminal» que merece ser perseguido con la misma ferocidad que se utiliza contra aquellos que simplemente piden elecciones libres y justas. El balance es desolador: un país desangrado, un pueblo que clama justicia mientras sus líderes opositores son tratados como delincuentes. Y mientras las calles se llenan de manifestantes que solo desean un futuro mejor, el régimen se aferra al poder con uñas y dientes, dispuesto a aplastar cualquier atisbo de disidencia.