Habla de ética, grita por justicia, finge dignidad… pero convive con el estiércol político que brota de su propio partido. Duvalier Sánchez Arango representa lo que Colombia más desprecia: el político que señala con la mano limpia mientras guarda la otra detrás de la espalda, manchada de complicidad.
Duvalier Sánchez Arango, representante por el Valle del Cauca, se ha erigido como un inquisidor contra la corrupción desde su curul. Lo hemos visto interrumpiendo, gritando, montando escenas de teatro moralista en el Congreso. Pero lo que no dice —porque no conviene, porque no le conviene— es que su partido, la Alianza Verde, se ha convertido en una auténtica cloaca institucional. Entre los casos de Iván Name, Sandra Ortiz y Carlos Ramón González, el Partido Verde está más cerca de parecer una empresa criminal que una colectividad política.
Y sin embargo, ahí está Sánchez, dándose baños de ética, señalando a medio país con su dedito acusador. ¿Pero quién lo señaló a él?
Según múltiples denuncias sindicales, entre ellas las del sindicato SINDESENA, Duvalier Sánchez habría ejercido presión política en el Servicio Nacional de Aprendizaje SENA (Controlado, según se dice, por el pacto histórico representado en figuras tan célebres como el explotador disfrazado de obrero, David Racero, y el burócrata disfrazado de sindicalista, Wilson Arias entre otros) gestionando cuotas burocráticas disfrazadas de meritocracia. Las acusaciones lo vinculan a la imposición de funcionarios por “recomendación política” en áreas claves de la entidad, sobre todo en el Valle del Cauca. ¿Cómo puede hablar de transparencia quien hace política como un barón electoral en prácticas del siglo XIX?
Aún más grave: estas denuncias no han tenido eco institucional, no porque sean falsas, sino porque el ruido lo ahoga todo, y en Colombia la indignación dura menos que un tuit. Sánchez sigue en su papel de censor nacional, sin rendir cuentas de lo que pasa en su propio patio.
Duvalier Sánchez también ha sido señalado por tener control político y clientelista en el municipio de Jamundí, a través del exalcalde Andrés Felipe Ramírez, ficha directa de su estructura. Durante el gobierno de Ramírez, múltiples voces ciudadanas y periodistas locales alertaron sobre presuntas irregularidades contractuales, favorecimientos a contratistas cercanos, y una administración municipal capturada por intereses de partido. Sánchez, claro está, nunca vio nada. Ni un contrato extraño. Ni una omisión deliberada.
Peor aún, mientras el municipio ardía —literalmente— por cuenta de ataques armados y denuncias de almacenamiento de explosivos caseros en zonas rurales, la bancada verde no emitía pronunciamientos contundentes. ¿Dónde estaba el defensor de la ética? En el Congreso, pidiendo decoro y respeto… pero jamás tocando a los suyos.
En el debate sobre la UNGRD, Sánchez se enfrentó a Carlos Carrillo con furia casi teatral: le gritó “¡cállese!”, acusó sin pruebas, se impuso con altanería. Pero muy poco pronunció los nombres de Iván Name, Sandra Ortiz o Carlos Ramón González y los sobornos de 3.000 millones para aprobar las reformas del «Gobierno del cambio» con los contratos amañados de carrotanques en la Guajira. Su valentía es proporcional a la distancia que lo separa del acusado. A los cercanos, ni con el pétalo de un trino.
«No tiene vergüenza… cállese, déjeme hablar», vociferó Sánchez a Carrillo en sesión pública. Pero nunca gritó “¡cállense, corruptos!” cuando Name cayó detenido ni cuando Ortiz fue salpicada. La valentía tiene límites… cuando se es parte del problema.
Muy al estilo de Claudia López, una que Salió del partido con una renuncia más dramática que efectiva, sin pedir sanciones. Otro silencio que grita.
Duvalier Sánchez representa la doble moral de la política colombiana. Su discurso anticorrupción se sostiene solo mientras no se mire de cerca. Porque en el momento en que se examinan sus vínculos, su partido, sus prácticas, su historia reciente, todo su castillo de dignidad se convierte en cartón mojado. ¿De qué sirve gritar en el Congreso si se calla en el partido? ¿De qué sirve exigir limpieza cuando se pisan aguas turbias?
Hasta que no denuncie a los suyos, hasta que no condene públicamente a los corruptos que lo rodean y renuncie a sus beneficios, Sánchez seguirá siendo lo que es: otro moralista sin moral, más ruido para una política podrida.
Todos los derechos reservados El Pirobo news