Exmiembros de la Escuela de Valores Divinos en Colombia relataron presiones psicológicas extremas, abusos, amenazas, explotación y prácticas sectarias que habrían llevado a intentos de suicidio y rupturas familiares.
El funcionamiento de la Escuela de Valores Divinos (EVD), con presencia en Colombia a través de sus sedes en Bogotá y Medellín, ha sido expuesto por múltiples testimonios que detallan dinámicas de control psicológico, explotación económica, humillaciones públicas, presión emocional y coerción ideológica. Los relatos, recogidos apuntan a que lo que aparentaba ser un centro de enseñanza espiritual y yoga, funcionaba en realidad bajo una estructura sectaria encabezada por la supuesta “maestra internacional” Erika Tucker.
Uno de los testimonios más estremecedores proviene de una exintegrante de la sede de Bogotá, quien denunció que al buscar apoyo durante una crisis personal fue confrontada con una frase brutal del líder local, Juan Carlos Montero: “En esta reencarnación, lo único que te queda es suicidarte”. Esta afirmación habría sido pronunciada como parte de una serie de presiones sistemáticas que, según exmiembros, buscaban doblegar la voluntad de los participantes y reforzar una obediencia ciega hacia los líderes del grupo.
En ese mismo centro, varios testimonios confirmaron actos como la difusión de información íntima frente a otros miembros con el objetivo de humillar o castigar públicamente a quienes cuestionaban a la organización. Además, hubo denuncias de agresiones físicas, como intentos de ahorcamiento, realizadas bajo el pretexto de prácticas disciplinarias espirituales.
Según la investigación, el patrón de abuso no era exclusivo de Colombia. Exmiembros en otros países relataron casos de presiones para abandonar sus estudios y trabajos, cortar lazos con sus familias y dedicar tiempo completo a labores físicas y logísticas en nombre del “servicio desinteresado”. Quienes se rehusaban o mostraban resistencia eran aislados, hostigados e incluso confrontados directamente en sus hogares por líderes de la EVD. En un caso, al intentar salirse del grupo, una exadepta fue abordada en su casa por personal de la escuela que intentó obligarla a subir a un vehículo. Solo desistieron cuando ella amenazó con llamar a la Policía.
“En esta reencarnación, lo único que te queda es suicidarte”, habría dicho el líder de la sede Bogotá a una mujer en crisis, según denunció la víctima a Cambio.
También se documentó la presunta presión económica ejercida sobre los adeptos. Varias personas indicaron que se les exigían donaciones en efectivo, incluso para transportarlas al extranjero (India y Ecuador), y que debían ocultar el origen del dinero ante autoridades migratorias o fiscales. Quienes querían asistir a retiros espirituales debían pagar montos elevados que terminaban en manos de la cúpula directiva.
El modelo de control descrito por los exintegrantes se sustenta en una estructura de adoctrinamiento progresivo, donde las enseñanzas espirituales se convierten en vehículos de manipulación, aislamiento, culpa y obediencia absoluta. Esta dinámica se mantendría oculta bajo discursos como “servicio espiritual”, “nivel superior de conciencia” o “liberación del ego”, pero en la práctica, denuncian los testigos, funcionaba como una maquinaria de opresión psicológica y financiera.
La figura de Erika Tucker, líder internacional de la EVD, aparece en el centro de la organización, con un círculo de confianza que habría facilitado estas prácticas de control en todos los países donde la Escuela tiene presencia. Las sedes en Colombia, sin embargo, muestran casos especialmente graves, con implicaciones penales y éticas que han activado las alarmas de autoridades y defensores de derechos humanos.
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